Ken Wilber: un acercamiento a su libro Espiritualidad Integral
La doble experiencia del cuadrante superior izquierdo. Wilber insiste en la importancia de los 4 cuadrantes, pero me atrevería a decir que desde la perspectiva de un terapeuta, el cuadrante superior izquierdo constituye algo así como la raíz del proceso evolutivo. Lo que ahí ocurre nos atañe de manera personal e íntima ya que según gestionemos las sucesivas crisis que la evolución conlleva, podremos continuar evolucionando, o no. Es en la dimensión individual e interior donde podemos ocuparnos de nosotros mismos, sabiendo, como sabemos que solo si llegamos al final de ese camino y nos liberamos de toda atadura egoica, se manifestará naturalmente la Belleza del Ser que Somos. Son muchas y muy importantes las novedades que Wilber aporta en su ultimo libro con respecto a ese cuadrante; aquí voy a referirme solo, a la delicada relación entre las etapas del desarrollo y los estados de conciencia . En Espiritualidad Integral Wilber dice que esa relación es la clave mas importante para entender nuestras experiencias espirituales de modo que, que haciendo de eco de esas palabras, intentaré centrar esta ponencia en lo que Wilber llama la pregunta del millón: “una vez examinadas las etapas del desarrollo y los estados de conciencia ¿cómo se relacionan las unas con las otras?” Conviene empezar recordando que las etapas del desarrollo son logros permanentes que siguen una dirección, un orden fijo y universal que no puede omitirse o invertirse.
Una vez superada una etapa, no podemos volver atrás, pero tampoco podemos saltarnos ninguna etapa ya que estas se suceden solo a medida que incluimos y superamos la estructura con la que estábamos previamente identificados y, eso, toma su tiempo. Cada etapa de desarrollo nos abre a visiones del mundo cada vez mas amplias, altas y profundas. Ahora bien, recordemos también las palabras de Wilber cuando ya tiempo atrás nos advertía: “toda identificación exclusiva es inconsciente por definición.. (Y ese es el problema con las etapas. No podemos ser concientes de la etapa de desarrollo en la que nos encontramos porque esa identificación es, por definición, inconsciente) ..y no podemos ser conciente de ella sin quebrantarla.” De modo que el desarrollo de la conciencia supone siempre una confrontación con el propio inconsciente lo cual, como sabemos, es siempre un problema. Pero antes de ir a los problemas, haré un resumen somero de esas etapas a fin de que las tengamos claras.
Solo nacer nos separamos del cuerpo físico de la madre pero, de hecho, permanecemos identificados con ella, confundidos emocionalmente con el cuerpo del que provenimos. El parto solo se consuma, por así decir, cuando nos vamos distinguiendo afectivamente de ese cuerpo y reconociéndonos como seres aislados. A medida que seguimos creciendo e independizándonos de los otros, la angustia de la individualidad se va haciendo mas y mas patente y, la adolescencia, por ejemplo, es un periodo en el que somos especialmente sensibles a la sensación de aislamiento y diferencia que caracteriza al ego. Buscamos entonces una identidad de pertenencia que nos aporte seguridad pero, para seguir evolucionando, hemos de abandonar también esa de identidad de grupo, la cómoda sensación de pertenecer a “algo” o “alguien”. La renuncia a ese falso cobijo nos permitirá acceder a una identidad tanto mas amplia, la de ser, simplemente, humanos. Constatamos, entonces, que no importa la raza, el estatus, la ideología o la religión a la que pertenezcamos, todos somos igualmente vulnerables y estamos igualmente solos. Pero, otra vez, solo la exacerbación del dolor y la soledad que esa condición conlleva, nos llevará a una búsqueda mas comprometida. Y solo un trabajo de introspección, honesto y continuado, nos permitirá trascender el inteligente pero arrogante y trágico, o cínico, sentido de la vida que caracteriza, por ejemplo, al ego moderno, individualista y racional. Pero mas difícil aún, nos advierte Wilber a lo largo de las 400 páginas de su Boomeritis, es superar el feroz narcisismo que define al sofisticado ego post-moderno. Como bien saben los budistas, solo una penetrante y clara conciencia de dukta, del dolor inherente a la condición humana, nos impulsará a continuar buscando, a seguir ascendiendo por la escalera y alcanzar otros niveles de conciencia. Las etapas trans-personales, o trans-racionales, se inician cuando nos damos cuenta de la magnitud de la ignorancia en la que estamos atrapados. Entonces el alma se despierta y reclama, a gritos, nuestra atención. Si estamos siguiendo con algún tipo de disciplina espiritual, las experiencias que vayamos teniendo nos ayudarán a continuar “muriendo” a nuestra preciada sensación de identidad personal hasta alcanzar una identidad Kosmocéntrica, una conciencia que incluye a todos y a todo y no distingue entre el yo y el otro. Cuando toda sensación de identidad se ha trascendido, lo que Somos, un vacío luminoso, sabio y compasivo, ocupará naturalmente ese lugar.
Esta claro que no es una escalada fácil; cada paso supone la muerte de la sensación de identidad previa y, dado que nos aferramos a esa sensación como si la vida nos fuera en ello, vivimos las etapas del proceso evolutivo como si de amenazas de muerte se tratara. Sin embargo, si las cosas van bien, a medida que se suceden las “muertes” que conlleva el proceso, ego va perdiendo ingenuidad y ganando en conciencia. El adolescente mal-herido e inconformista, por ejemplo, se transformará en un adulto responsable y tolerante. El proceso evolutivo nos liberará paulatina y trabajosamente de las identificaciones que nos limitan a fin de que, trascendido todo egoísmo, podamos, desde una no-identidad, abrazar el Kosmos como si fuera Yo mismo. Y esa es la meta a la que apunta el cuadrante superior izquierdo, esa es la zanahoria cósmica a la que aspiramos todos, ya que esa no-identidad, a saber, la disolución del ego, es sinónimo de felicidad.
¿Y quien de nosotros no aspira a la felicidad? No es casual que en estos tiempos de guerras y cataclismos, en los que el dolor y el desconcierto son cada día mas patentes, la espiritualidad vuelva a estar de moda. La espiritualidad nos promete nada menos que la felicidad, porque llámese, cielo, luz, amor, nirvana, o iluminación, la meta a la que todos aspiramos es siempre la misma: acabar con el sufrimiento y ser felices. Ese es el quid de la cuestión, pero también el problema. Es decir, la búsqueda de la felicidad es un anhelo lógico e inevitable. Todos, cada cual a su manera, vivimos inmersos en la persecución de lo que creemos que nos hará felices. Cualquier cosa es buena cuando se trata de no sentirnos solos y desvalidos. El consumismo, el sexo, el poder, la seguridad, la fama o el amor romántico; son innumerables los posibles substitutos simbólicos a los que recurrimos para satisfacer las incesantes demandas del ego y olvidar el dolor inherente de ser humanos. Ahora bien, cuando iniciamos una búsqueda espiritual, cuando perseguimos no un bienestar pasajero, sino la felicidad perfecta, la cosa se complica ya que, si bien sigue siendo ego quien aspira a ser feliz, ya no se conformará con lo trivial, con tener información o comprar y acumular cosas; buscará trascender el mundo y vérselas, por así decir, con dios.
El camino hacia dios, o como quiera que llamemos a esa meta, tiene lugar en la dimensión interior e individual de la conciencia y esa dimensión está sembrada de peligros y tentaciones mucho mas difíciles de detectar que los peligros y tentaciones de la carne. Y es ahí, en los inevitables autoengaños en los que caemos, en los numerosos obstáculos invisibles que pueblan el camino, donde la visión penetrante de Wilber aporta una doble luz que no debemos desaprovechar. Hemos dicho que Wilber distingue entre estados de conciencia y etapas, (niveles o estructuras) del desarrollo. He mencionado las etapas del proceso que idealmente conduce desde el egocentrismo del niño, al etnocentrismo, digamos, del adolescente y, del mundicentrismo del adulto razonable, a la no-identidad, es decir, al kosmocentrismo de un sabio. Esas, a groso modo son las etapas del camino. Ahora voy a referirme a los estados de conciencia, a las diversas experiencias espirituales que a lo largo de ese camino podemos tener.
Sabemos que por medio de drogas, o por medios naturales, mediante la práctica continuada de ciertas técnicas meditativas o shamánicas, por ejemplo, podemos, en un momento dado, alcanzar estados “superiores” de conciencia y tener experiencias sublimes de quietud, de amor y bienaventuranza; podemos experimentar la vacuidad e, incluso, la no-dualidad. Pero sabemos también que esos estados, si bien son logros importantes que aclaran el camino y generan confianza, que actúan como lubricantes –dice Wilber- del proceso evolutivo; son solo eso, estados. Es decir, no son etapas andadas, no son logros permanentes. Los estados de conciencia son efímeros y pasajeros y el experimentarlos no supone, en absoluto, que se hayan trascendido todas las etapas del camino y se esté al final de la escalera. De modo que, ¿que tenemos que hacer con esas experiencias? ¿cómo debemos interpretarlas?
Está claro que nos pueden servir como estímulos para seguir evolucionando o, al revés, podemos servirnos de ellas para confirmar nuestro ego, asegurar nuestra particular visión del mundo y estar absolutamente convencidos de que, sin lugar a dudas, tenemos, no una verdad o una versión de la verdad, sino La Verdad. Cito las certeras palabras de Andrew Cohen: ”el viaje evolutivo es un viaje peligroso y el florecimiento del espíritu humano puede desviarse horrorosamente. ¿Porque? Porque el insidioso y mortífero interés del ego por la seguridad, el dominio y el control se puede alimentar fácilmente por los descubrimientos tremendamente potentes del imperativo evolutivo (entonces) la pasión inspirada se convertirá en tierra fértil para que el ego se identifique con lo que es Absoluto, eso permite que nuestros mas oscuros impulsos se enmascaren como el máximo bien.” Es decir, sin una comprensión clara de la relación entre etapas y estados de conciencia, la búsqueda de la iluminación es un sendero peligroso ya que, a menos de que hayamos transitado todas las etapas del desarrollo y alcanzado una identidad Kosmocéntrica, una no-identidad, las profundas experiencias espirituales, los estados superiores de conciencia, en lugar de alentarnos a continuar nuestro camino, potenciarán la arrogancia del ego proporcionándole una convicción absoluta sobre su específica visión del mundo. Una convicción, como dice Cohen, “no apoyada en una profunda y continua entrega a lo desconocido.” Lo desconocido , en este caso, pasa por no saber donde estamos, por desconocer el nivel, o el color de la etapa de desarrollo en la que nos encontramos.
Las diversas experiencias espirituales que están, por así decir, a nuestro alcance, los estados de conciencia, -psíquicos, sutiles, causales y no-duales- a los que podemos acceder, han de ser bien interpretados a fin de que no acaben convirtiéndose en episodios antagónicos al proceso evolutivo. Porque experiencias cumbre se pueden tener a lo largo de todos los niveles por los que atravesamos, -a nivel arcaico, mítico, mágico o racional- y, en cada caso, interpretaremos esa experiencia, desde la visión del mundo en que nos encontremos. Por ejemplo, un niño, un nazi, un cristiano, un terrorista o un racionalista redomado, interpretarán una misma experiencia según su nivel de conciencia y, si no saben que están en un nivel, en una etapa del camino, y no en el pico del mundo, -es decir, al final de la escalera- esa experiencia servirá solo para reafirmar su ego, Trátese de un ego infantil o de un ego rígido y etnocentrista, de un ego devoto o de un fundamentalista.
Las experiencias pico alientan cualquier cosa, actos de máxima bondad, sacrificios excelsos o intolerancia y violencia. Según la franja de color en que se encuentre el ego así será la respuesta. Y hoy tenemos suficientes evidencias de ello. Por ejemplo, algunos lideres políticos de otras culturas, o grandes pensadores de ciertas tradiciones religiosas son, a menudo, grandes maestros espirituales, seres humanos extraordinarios e iluminados pero, como precisa Wilber, suelen ser maestros horizontalmente iluminados. Lo que Wilber quiere decir es que, si bien, su conocimiento y experiencia de estados superiores de conciencia son indubitables, su espiritualidad revela, no un nivel de conciencia plenamente desarrollada, sino la perspectiva de un ego atrapado en una identidad de pertenencia y, consecuentemente, una concepción del mundo parcial y limitada que, en lugar de integrarlo todo amorosamente, afirma con contundencia la diferencia y la separación. Y lo que hoy, gracias a Wilber podemos entender, es que esa perspectiva, no por ser etnocéntrica y moralista es menos espiritual ; se trata, eso si, de una espiritualidad fijada en una determinada etapa del desarrollo, en el color ámbar del arco iris de la conciencia. En el nivel mítico y tradicional de una mente concreta y convencional que tiene aún muchos escalones por delante antes de alcanzar la luz clara de la no-identidad.
Conviene recordar que el 70% de la `población mundial está en esa etapa; vivimos en un mundo adolescente y airado que, no por ser espiritual es mas maduro. Un mundo que está muy lejos de ser adulto y no se diga ya, sabio. Estamos lejos de tener una visión Kosmocéntrica, un nivel de conciencia verde-azulado que lo integre todo y se identifique compasivamente con cuanto existe. Muy lejos aún de alcanzar la iluminación vertical, como la llama Wilber. La iluminación vertical, la liberación perfecta, solo se alcanza cuando la doble experiencia del cuadrante superior izquierdo se completa, es decir, cuando alcanzamos el nivel optimo de desarrollo de la conciencia, por un lado y, por otro, nos estabilizamos en estados de conciencia iluminados.
Creo que resulta evidente que la distinción que señala Wilber es importante. Nos enseña a honrar la parte de verdad que hay en todo y, a la vez, como hace siempre, nos muestra la inmensa sombra que la bordea. Nos habla de una doble responsabilidad: alcanzar estados superiores de conciencia si, pero, ante todo, crecer realmente como seres humanos, lo que supone, puntualiza Wilber, una práctica transformativa e integral.
Magda Catalá (Barcelona)
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un besito