El hilo primordial. Cuentos de Mamerto Menapace
El hilo primordial
Autor: Mamerto Menapace, osb Editora Patria Grande, Buenos
Aires, Argentina
(autorizada la reproducción por la Editora Patria Grande)
Agosto estaba terminando tibio. Había llovido en la ultima semana y, con el
llanto de las nubes, el cielo se había despejado. Cuando se acerca septiembre,
suele suceder que el viento de tierra adentro sopla suavemente y a la vez que
va entibiando su aliento, logra devolver al cielo todo su azul y su luminosidad.
Y aquella tarde, pasaje entre agosto y septiembre, el cielo azul se vio
poblado por las finas telitas voladoras que los niños llaman Babas del Diablo.
De dónde venían? Para dónde iban? Pienso que venían del territorio de los
cuentos, y avanzaban hacia la tierra de los hombres.
En una de esas telitas, finas y misteriosas como todo nacimiento, venia
navegando una arañita. Pequeña: puro futuro e instinto. Volando tan alto, la
arañita veía allá muy abajo los campos verdes recién sembrados y dispuestos
en praderas. Todo parecía casi ilusión o ensueño para imaginar. Nada era
preciso. Todo permitía adivinar más que conocer.
Pero poco a poco la nave del animalito fue descendiendo hacia la tierra de
los hombres. Se fueron haciendo más claras las cosas y más chico el horizonte.
Las casas eran ya casi casas, y los árboles frutales podían distinguirse por lo
floridos, de los otros que eran frondosos.
Cuando la tela flotante llegó en su descenso a rozar la altura de los árboles
grandes, nuestro animalito se sobresaltó. Porque la enorme mole de los
eucaliptos comenzó a pesar misteriosa y amenazadoramente a su lado como
grises témpanos de un mar desconocido.
Y de repente: Tras! Un sacudón conmovió el vuelo y lo detuvo. Qué había
pasado?
Simplemente que la nave había encallado en la rama de un árbol y el oleaje del
viento la hacia flamear fija en el mismo sitio.
Pasado el primer susto, la arañita, no sé si por instinto o por una orden
misteriosa y ancestral, comenzó a correr por la tela hasta pararse finalmente
en le tronco en le que había encallado su nave. Y desde allí se largó en vertical
buscando la tierra. Su aterrizaje no fue una caída, fue un descenso. Porque un
hilo fino pero muy resistente, la acompañó en su trayecto y la mantuvo unida a
su punto de partida. Y por ese hilo volvió luego a subir hasta su punto de
desembarco.
Ya era de noche. Y como era pequeña y la tierra le daba miedo, se quedó a
dormir en la altura. Recién por la mañana volvió a repetir su descenso, que
esta vez fue para ponerse a construir una pequeña tela que le sirviera en su
deseo de atrapar bichitos. Porque la arañita sintió hambre. Hambre y sed.
Su primera emoción fue grande al sentir que un insecto más pequeño que ella
había quedado prendido en su tela-trampa. Lo envolvió y lo succionó. Luego,
como ya era tarde, volvió a trepar por el hilito primordial, a fin de pasar la
noche reencontrándose consigo misma allá en su punto de desembarco.
Y esto se repitió cada mañana y cada noche. Aunque cada día la tela era más grande, más sólida y más capaz de atrapar bichos mayores. Y siempre que
añadía un nuevo círculo a su tela, se veía obligada a utilizar aquel fino hilo
primordial a fin de mantenerla tensa, agarrando de él los hilos cuyas otras
puntas eran fijadas en ramas, troncos o yuyos que tironeaban para abajo. El
hilo ese era el único que tironeaba para arriba. Y por ello lograba mantener
tensa toda la estructura de la tela.
Por supuesto, la arañita no filosofaba demasiado sobre estructuras, tironeos
o tensiones. Simplemente obraba con inteligencia y obedecía a la lógica de la
vida de su estirpe tejedora.
Y cada noche trepaba por el hilo inicial a fin de
reencontrarse con su punto de partida.
Pero un día atrapó un bicho de marca mayor. Fue un banquetazo. Luego de
succionarlo (que es algo así como vaciar para apropiarse) se sintió contenta y
agotada. Esa noche se dijo que no subiría por el hilo. O no se lo dijo.
Simplemente no subió. Y la mañana siguiente vio con sorpresa que por no
haber subido, tampoco se veía obligada a descender. Y esto le hizo decidir no
tomarse el trabajo del crepúsculo y del amanecer, a fin de dedicar sus fuerzas a
la caza y succión de presas que cada día preveía mayores.
Y así, poco a poco fue olvidándose de su origen, y dejando de recorrer aquel
hilito fino y primordial que la unía a su infancia viajera y soñadora. Sólo se
preocupaba por los hilos útiles que había que reparar o tejer cada día, debido a
que la caza mayor tenía exigencias agotadoras.
Así amaneció el día fatal. Era una mañana de verano pleno.
Se despertó con
el sol naciente. La luz rasante irisaba de perlas el rocío cristalizado en gotas en
su tela. Y en el centro de su tela radiante, la araña adulta se sintió el centro del
mundo. Y comenzó a filosofar. Satisfecha de sí misma, quiso darse a sí misma
la razón de todo lo que existía a su alrededor. Ella no sabia que de tanto mirar
lo cercano, se había vuelto miope. De tanto preocuparse por lo inmediato y
urgente, terminó por olvidar que más allá de ella y del radio de su tela, aun
quedaba mucho mundo con existencia y realidad. Podría al menos haberlo
intuido del hecho de que todas sus presas venían del más allá. Pero también
había perdido la capacidad de intuición. Diría que a ella no le interesaba el
mundo del más allá; solo le interesaba lo que del más allá llegaba hasta ella y
nada más, salvo quiza por su tela cazadora.
Y mirando su tela, comenzó a encontrarle una finalidad a cada hilo.
Sabía de donde partían y hacia donde se dirigían. Donde se enganchaban y
para que servían.
Hasta que se topó con ese bendito hilo primordial. Intrigada trató de recordar
cuando lo había tejido. Y ya no logró recordarlo. Porque a esa altura de la vida
los recuerdos, para poder durarle, tenían que estar ligados a alguna presa
conquistada. Su memoria era eminentemente utilitarista. Y ese hilo no había
apresado nada en todos aquellos meses.
Se preguntó entonces a donde conduciría. Y tampoco logró darse una
respuesta apropiada. Esto le dio rabia. Caramba! Ella era una araña práctica,
científica y técnica.
Que no le vinieran ya con poemas infantiles de vuelos en
atardeceres tibios de primavera. O ese hilo servía para algo, o había que
eliminarlo. Faltaba más, que hubiera que ocuparse de cosas inútiles a una
altura de la vida en que eran tan exigentes las tareas de crecimiento y
subsistencia!
Y le dio tanta rabia el no verle sentido al hilo primordial, que tomándolo
entre las pinzas de sus mandíbulas, lo seccionó de un solo golpe.
Nunca lo hubiera hecho! Al perder su punto de tensión hacia arriba, la tela se
cerró como una trampa fatal sobre la araña. Cada cosa recuperó su fuerza disgregadora, y el golpe que azotó a la araña contra el duro suelo, fue terrible.
Tan tremendo que la pobre perdió el conocimiento y quedó desmayada sobre la
tierra, que esta vez la recibía mortíferamente.
Cuando empezó a recuperar su conciencia, el sol ya se acercaba a su cenit.
La tela pringosa, al resecarse sobre su cuerpo magullado, la iba estrangulando
sin compasión y las osamentas de sus presas le trituraban el pecho en un
abrazo angustioso y asesino.
Pronto entró en las tinieblas, sin comprender siquiera que se había suicidado
al cortar aquel hilo primordial por el que había tenido su primer contacto con la
tierra madre, que ahora seria su tumba.
Esta parábola no es mía. La contaba un gran obispo húngaro,
Mons. Tihamer Toth, que fue capellán en la Gran Guerra."
Autor: Mamerto Menapace, osb Editora Patria Grande, Buenos
Aires, Argentina
(autorizada la reproducción por la Editora Patria Grande)
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