¿Cómo nace nuestra fe?


Ayer pensaba en la fe. Intenté hacer memoria, viajar atrás en el tiempo, para descubrir cuándo sentí conscientemente la presencia de Dios,como manantial del universo entero.


Y la verdad , es que fue un largo caminar. A veces en soledad, otras , acompañada de grupos caminantes, momentos de desierto, crítica y distancia de mi credo, éxtasis inenarrables , en muchas meditaciones y búsquedas intelectuales, a través de la filosofía, la mística y el arte.


Sin embargo la verdadera fe, nació en momentos ,en los que estuve atenta a la fe de los demás.

Si, curiosamente, la fe no nace desde lo alto, como un rayo de iluminación, sino que se construye de hombre a hombre, como un reflejo de su búsqueda de infinito.

Mi fe nació, de la mano de mi madre y mi padre, cuando me llevaban a misa, en medio de la plaza de nuestro barrio en San Martin. Cuando salía de la iglesia, me encantaba correr las palomas de la plaza y subirme a los toboganes,bajo el sol del domingo.


Mi fe nació ,cuando mi abuelo me trajo mi primer rosario, de la ciudad romana de Pompeya. Por alguna razón ,ese rosario, que todavia conservo, me guió con su cuentas color rubí ,a través de mis noches oscuras del alma.

Mi fe creció cuando enseñaba catequesis a los chicos de la parroquia. Escribía y dibujaba las parábolas de Jesús y les enseñaba a meditar ,transmitiéndoles la experiencia, de un Dios presente y amoroso. Sólo bastaba que abrieran el corazón para sentirlo.

Con mis 18 años, mis queridos amigos y sacerdotes, me preguntaban , qué les enseñaba a los chicos que salían tan contentos de su clase. Un día los invité a presenciar mis clases, que finalizaban con meditación y visualizaciones. Y la verdad es, que quedaron perplejos. Por alguna razón , a pesar de mi heterodoxia, me respetaron y pude seguir adelante.


La fe se transmite de hombre a hombre, observando los actos de entrega, los rituales de purificación, los sacrificios de amor , que hacemos por un fin más grande , que nuestro pequeño yo.


Mi fe cruza valles florecientes, desiertos de roca y serpientes venenosas, palacios llenos de riqueza y belleza, cimas en las que a veces estoy muy sola, senderos en lo que estoy tomada de la mano de todos mis seres queridos, que me ayudan a no perderme con su calor.


Mi fe es vulnerable ,como mi propia humanidad. Veo en cada mirada, una fe que reluce como un cielo despejado, siento que estando juntos es más fácil encontrar otra vez la fe.


Ahora mi fe crece y madura en presencia de mis hijos, de mi familia entera, de mis amigos espirituales, mis alumnos, que día a día, comparten este viaje de transformación.

Sepamos que no estamos solos. El corazón nos une en un solo AMOR, que es humano y divino y nos recuerda, que para creer , hay que mirar a la verdad a los ojos.

Adriana Paoletta

Comentarios

Laura ha dicho que…
Muy buen artículo!Quería compartir una interesante página que he conocido en la cual puedes conocer a gente nueva y compartir hobbies.Un saludo!

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Maxiavida ha dicho que…
Gracias, Adriana, por compartir tu experiencia de fe.

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