Ser libres es estar vacíos.
La fase inicial de la investigación de Vimala Thakar se sitúa entre los años 1957 y 1961, durante el encuentro con J. Krishnamurti. Desde entonces Vimala ha viajado mucho, dirigiéndose a profesores y a estudiantes de todas las partes del mundo. Mediante este texto, transcripción de una conferencia (cuya traducción respeta aquella espontaneidad), la autora hace una llamada a la revolución interior, a una «despiadada honradez con nosotros mismos en ese viaje de descubrimiento de uno mismo.». Exhorta al lector a «mirar y observar su propia vida para comprender la naturaleza de los condicionamientos». La libertad interior e incondicional es la auténtica abertura hacia la dimensión espiritual.
Desde el momento en que la persona empieza a hablar es del todo posible que se estimule –en el que escucha– una asociación emocional del pasado: se reavivan los recuerdos y se instaura una especie de resistencia entre el que habla y el que escucha. La comunicación verbal, aunque sea un medio de comunicación mediocre y peligroso, es, sin embargo, la única a nivel mental. Vivimos gracias al espíritu, funcionamos a través del cerebro y, por eso, las palabras se hacen necesarias. Se trata de medios al servicio de un fin.
Si la comunicación verbal puede llevarnos a la comunicación no verbal de los corazones, mi intención quedará satisfecha. Cada uno de nosotros tendría que preguntarse, en el fondo de su corazón, si desea vivir una libertad interior e incondicional.
En el siglo XX el hombre cree que desea la libertad, pero me pregunto si realmente la desea. Tendríamos que preguntarnos si la queremos y si realmente sentimos esa necesidad, del mismo modo que necesitamos alimentos para aplacar el hambre.
La libertad no ofrece seguridad.
Libertad y seguridad no van a la par. La libertad es una total vulnerabilidad de la vida. ¿Nos gustaría llegar a ser vulnerables ante todas las provocaciones de la vida?, ¿o bien preferimos un escondrijo, cavado en nombre de algunas teorías, para vivir lejos del seno de las provocaciones y sentirnos seguros? Es cosa nuestra descubrirlo.
Si nos asfixiamos por no tener libertad interior, entonces la indagación será auténtica, pero si, en algunos recovecos del espíritu, tenemos miedo a la libertad, si nos gusta tener detrás de nosotros alguna autoridad protectora bajo la forma de personalidades, de teorías, de conclusiones junto a las cuales poder regresar y buscar protección cuando nos sentimos en peligro, entonces no es auténtica. Ser libre es vivir en peligro, es ser vulnerable a la inseguridad de la vida y de sus vaivenes.
¿Lo queremos realmente? La intensidad, la pasión, la profundidad tras la indagación, determinan su calidad y su vigor. ¿Sucede lo mismo con nosotros? ¿Hemos visto acaso cuán esclavos somos de nuestro espíritu, cuán unidos estamos a nuestro ego y cómo esos pequeños «ego», que son los nuestros, nos aíslan de la totalidad de la vida y nos mantienen ocupados, mientras la vida dure, sustentando la identidad de ese yo insignificante, el ego, saturado de experiencias, que siente gran orgullo al poner en orden su colección de conocimientos y de experiencias?
¿Nos percatamos de la naturaleza de la esclavitud?
Pero no la libertad de un ámbito particular de nuestra existencia, sino dentro, en la totalidad del ser; donde no haya ninguna autoridad, sea la que sea, ni la mínima búsqueda de seguridad psicológica. No hablo de seguridad física, que es indispensable. Hay que decidir qué tipo de trabajo vamos a hacer, cómo vamos a sostenernos; debemos estudiar todos esos detalles para que el organismo físico tenga una cierta estabilidad y seguridad.
La inteligencia orgánica que el cuerpo encubre no puede funcionar si hay inestabilidad e incertidumbre a nivel físico, está obsesionada por la inseguridad. Así pues, es necesario que, en el plano físico, la inteligencia orgánica tenga asegurados la vivienda, los medios de existencia, los medios de procurarse alimento, ropa y abrigo, que pueda ocuparse de la salud, etc.. Es lo mínimo que se le debe conceder al cuerpo. Si el cuerpo y la inteligencia que éste encierra no saben dónde estarán mañana por la mañana ni la forma en que estarán, la persona no puede esperar, entonces, llevar a cabo una indagación de descubrimiento de sí misma, de libertad, de realización. Por lo tanto, hay que cuidar la seguridad física como fundamento de la libertad interior. En una atmósfera de incertidumbre, el cerebro no puede funcionar; requiere la certeza y la seguridad de las necesidades fundamentales de la existencia.
Cuando nos hemos ocupado de ello, nos volvemos hacia nuestro propio espíritu y hacia nuestro comportamiento, y descubrimos su calidad; intentamos comprender si ese comportamiento está basado en una autoridad dominada por la costumbre, por modelos, o bien si vibra con la libertad, si está controlado por las reacciones de los demás, por lo que esperamos de ellos: ideas de prestigio social y de respetabilidad.
Buscamos la seguridad en cada uno de los niveles de las relaciones humanas. Queremos estar asegurados, tener la seguridad que aportan la sociedad, la legislación, la tradición y nuestro propio carácter posesivo. Si queremos seguridad, lo que significa negar la libertad a los demás, ¿tenemos realmente derecho a creer que queremos la libertad de no pertenecer a nadie y de que nadie nos pertenezca?
Pertenecemos a la vida, a Dios, a la totalidad de la vida. El estado de libertad es el estado de renuncia en el que no renunciamos a nada, en el que no poseemos nada. Psicológicamente no rechazamos nada, no poseemos nada. Pero, de hecho, nos gusta poseer no sólo los objetos, sino también los seres humanos y los conocimientos, las experiencias. La existencia constituye para nosotros posesiones, y cuanto mayores sean más ricos nos sentimos.
Vimala Thakar
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