Hipocondría. El miedo a la vida y a la muerte puesto en el cuerpo.
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Este audio de relajación está dedicado a todos aquellos que deseen reencontrar la sabiduría de su cuerpo.
Un abrazo de luz
Adriana
Entrevista con la psicóloga valenciana Amparo Belloch Fuster
Los misterios de la hipocondría, la enfermedad del miedo a morir.
Ocurre cuando una persona, con o sin síntomas, teme en forma obsesiva todo mal.
* Es más frecuente entre los hombres
* A veces no consultan por temor a que les confirmen un diagnóstico grave
* Las ideas sobre posibles enfermedades son continuas
Hay personas -aunque no se sabe cuántas- que conviven con un pensamiento permanente: el temor a estar enfermas y a morir inevitablemente por esa causa. Aunque en su cuerpo no haya indicios claros de alguna dolencia, y sean sanos y rozagantes, cada paso dado (o que tal vez no se animan a dar) está atrapado en ese pánico.
El trastorno, cuyo nombre deriva del supuesto órgano del cuerpo donde creían en una época que se originaba -el hipocondrio, que es la zona situada en la región superior y lateral del abdomen-, es por cierto muy antiguo pero aún despierta misterios.
La doctora Amparo Belloch Fuster, catedrática de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia, España, hizo de la hipocondría tema central de sus últimas clases en nuestro país, que visitó una vez más invitada por la Fundación Aiglé.
-¿El hipocondríaco es un enfermo imaginario?
-No exactamente. Es alguien que le tiene pánico a la muerte. Una de las situaciones del entorno cotidiano que nos recuerdan que nos vamos a morir son las señales que nos envía nuestro cuerpo y eso, en el hipocondríaco, implica interpretar una manchita o un picor como un indicio inevitable de su finitud. Está todo el tiempo alerta a lo que sufre en su cuerpo.
-¿Es del tipo de persona que siempre va al médico?
-Depende, cuando está muy angustiado puede ir y pedir pruebas y por más que los resultados den bien sigue sintiéndose mal... No suele ser del tipo que consume muchos medicamentos: tiene miedo a los efectos adversos, entonces no se automedica.
-Tiene miedo a todo síntoma...
-En realidad más que miedo a los síntomas tiene miedo a que "eso" que siente realmente sean síntomas. Y a veces no va al médico por miedo a que le confirme que realmente tiene algo.
-¿Y entonces qué siente?
-No siempre síntomas físicos. Hay una confusión entre la hipocondría y el trastorno por somatización. El somatizador es aquella persona que convierte sus miedos y preocupaciones en síntomas físicos: jaquecas, dolores musculares, de espalda o gástricos que como son reales para él los interpreta como enfermedades y recorre consultorios buscando el origen de su mal.
-¿Todos somos somatizadores?
-En algún momento de la vida... Pero no hay ningún síntoma que por sí solo indique enfermedad. También todos podemos tener una hipocondría transitoria, como luego de la muerte de un familiar o un conocido, y pasar un período durante el cual podamos sentir temor a sufrir un problema similar. La hipocondría como trastorno crónico, en cambio, es estar preocupado todo el tiempo por estar enfermo y que eso cause una muerte inevitable.
-¿Expresan ese temor obsesivo?
-Generalmente lo que expresan es que no pueden dejar de pensar en la posibilidad de estar enfermos. Lo fundamental no radica en qué síntomas tiene -puede tenerlos o no-, sino en la rumiación continua, en la cabeza que no para de dar vueltas: y entonces si hago esto a lo mejor me pongo enfermo... mejor que no lo haga ¿y si muero?...
-¿Entre quiénes sucede más?
-En los hombres. Clásicamente se dice que la hipocondría es al hombre lo que la histeria a la mujer. La histeria es un trastorno disociativo: la persona convierte sus conflictos, en este caso en síntomas físicos tremendamente llamativos, y se desmaya de golpe, deja de hablar o se queda ciega, sin una causa orgánica que lo justifique. Hace una conversión a un síntoma físico de un problema psíquico y es más frecuente entre las mujeres. En la hipocondría tampoco hay un problema físico. En cuanto la mayor frecuencia, estamos obteniendo los primeros datos de una investigación que encaramos el doctor Héctor Fernández Alvarez de la Fundación Aiglé, sobre un estudio aplicado en poco más de 200 sujetos y corroboramos la tendencia: los hombres puntúan mucho más.
-¿Qué pasa cuando realmente tiene un problema físico?
-Generalmente, la hipocondría cede. Y como enfermos son muy obedientes. Con una adherencia extrema al tratamiento, no se saltan un régimen ni una pastilla, ni toman nada por iniciativa propia.
-¿Esta enfermedad se hereda?
-No hay datos. Pero la clínica dice que los hipocondríacos tuvieron padres que se preocupaban mucho, que por un resfriadillo no los mandaban al colegio. Y luego, en su vida juvenil, el hipocondríaco es ya aquel que no tomará conductas de riesgo, que será prudente al conducir y no cometerá excesos, entonces la familia suele apoyar sus actitudes, no lo ven mal.
-¿Y cómo son los tratamientos?
-Nosotros trabajamos con terapias cognitivas. Tenemos un programa de 15 sesiones, una vez por semana, de una hora de duración, con el objetivo de que la persona pueda organizar su mundo de manera diferente. Intentamos confrontarlo con sus creencias disfuncionales básicas. Y utilizando distintas técnicas. Por ejemplo, se usa un cuaderno donde la persona va anotando las ideas que lo asaltan, la acción automática que eso suscita, la emoción que genera y el pensamiento. Y luego se trabaja con esos elementos. También proponemos la hora de la preocupación : se le pide que no piense en su temor durante todo el día, pero que sí reserve algunas horas para hacerlo, y hasta cansarse. Y pasa tanto tiempo pensando en su miedo básico que llega a aburrirse. Pero, sin embargo, nada ocurre después, entonces el temor obsesivo va cediendo.
-¿Hay curación?
-No. Este un problema crónico, de larga data, y esto significa que no tiene curación. Buscamos mejorar el componente de la ansiedad por la salud. El objetivo no es que deje de ser hipocondríaco, pero que conviva razonablemente con su problema. Y, en etapas posteriores, animarlo a cosas más riesgosas, pero cuando le haya perdido el miedo a los pensamientos.
Por Gabriela Navarra
De la Redacción de LA NACION
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