Una entrevista a B.K.S. Iyengar


Nació en 1918 al sur de la India y como tenía una salud precaria inició

la práctica del yoga a los 16 años con el fin de mejorarla. Su cuñado, el famoso

yogui Krischnamachar, fue su gurú. Desde 1937 vive consagrado al yoga en Pune,

donde ha instruido a personajes tan destacados como el filósofo Krishnamurti y

el violinista Yehudi Menuhin. Su método de yoga, del que existen unas 200 escuelas

, es el más conocido en Occidente.

–¿Podemos considerar el yoga como un deporte?

–No. Los atletas no usan su cuerpo al cien por cien. Dependiendo de cada deporte,

se desarrollan más unas partes del cuerpo que otras. En yoga, en cambio, se atiende

a todas las áreas del cuerpo. Esta actividad no hace que aumente la musculatura,

pero sí enseña a utilizar los músculos de una forma activa. Además, en la práctica

normal del deporte, siempre se acumula el ácido úrico en la articulaciones

produciendo fatiga y dolores tanto en los músculos como en las articulaciones.

El yoga mejora la circulación, por lo que se elimina el ácido úrico. Por eso los

atletas que lo practican no experimentan fatiga, sino que les acelera y les

prepara para jugar con más energía y entusiasmo.

–¿Podría entenderse, entonces, como una forma de culturismo?

–Lo que yo hago se llama Hatha Yoga, el yoga de la voluntad. No se

trata de eso que algunos llaman yoga del poder, en el que sus

practicantes aparecen en las fotos mostrando cuerpos hercúleos.

Yo hago lo mismo que ellos y, sin embargo, no tengo el cuerpo hercúleo.

Porque no se trata de mostrar potencia o atractivo sexual. Incluso

en las posturas más difíciles, yo muestro elegancia en cada una

de las fibras de mi cuerpo, sin ninguna tensión. Esto es yoga.

Instruido por el famoso yogui T. Krishnamachar, B.K.S.

Iyengar empezó a enseñar yoga a los dieciocho años.

Desde entonces su método se imparte en más de doscientas

ciudades de todo el mundo. En 1991 recibió el Padma Sri Award,

la mayor distinción civil otorgada por el presidente de la India,

en reconocimiento a su labor.

–¿Qué es lo que buscan sus discípulos cuando acuden a usted?

–El 99 por 100, incluso los que dicen estar interesados en los

aspectos espirituales del yoga, vienen en realidad porque les

duele el estómago, porque no pueden dormir o porque tienen

una inflamación en el oído. ¿Por qué acudió a mí Krishnamurti,

uno de los filósofos más famosos del siglo XX? Porque tenía un

montón de problemas. La gente que pretende mejorar su vida

espiritual tiene que volver a nivel del cuerpo para tener éste

sano. El cuerpo es el vehículo del espíritu. Por eso yo enseño

a intelectuales, deportistas, políticos y, por supuesto, también

a médicos.

Una vez que el alumno ha sanado, le preguntamos: “¿qué más quieres?”.

Quizá ya esté satisfecho, pero si desea algo más, con la práctica del

yoga también puede alcanzar la felicidad espiritual. Eso depende

de cada uno. El yoga es muy democrático, está hecho a la medida

de la persona que lo ejercita.

–¿Si el yoga no es una gimnasia, se puede equiparar entonces a una religión?

–La práctica del yoga es una guía educativa que conduce a un nivel

superior. El yoga es la unión del cuerpo y la mente. Cuando se realiza

correctamente un asana, desaparecen las dualidades

cuerpo/mente y mente/espíritu. El cuerpo se convierte en

vehículo espiritual. Los asanas y el pranayama –el control de la respiración–

ayudan a descorrer el velo para que el intelecto consiga ver con total claridad.

Son los medios que favorecen el progreso de cada individuo hacia la evolución.

–¿A su juicio, la práctica del yoga es compatible con el modo de vida

occidental, donde tradicionalmente el cuerpo y el espíritu han estado tan alejados?

–Todos los hombres y mujeres del mundo desean las mismas cosas:

ser felices, estar sanos, mejorar su vida... A partir de esta

consideración, el yoga no se puede dividir en oriental y occidental.

Es una ciencia oriental por la simple razón de que los orientales

empezaron a trabajar en este campo en una época en la que la gente

no podía comunicarse como en la actualidad. Ahora precisamente

la práctica del yoga está adquiriendo un renovado interés en Occidente.

La sociedad actual se ha vuelto enormemente competitiva y los nervios

no pueden aguantar tanta presión. En estas condiciones resulta difícil

mantener una vida equilibrada. La práctica del yoga fortalece el

sistema nervioso y mantiene el cuerpo sano en medio de todas las tensiones.

–¿La práctica del yoga implica mantener una vida de ascetismo?

–No estoy diciendo que haya que vivir precariamente.

Las necesidades cambian con los tiempos. No es lo mismo

vivir retirado que hacerlo en una sociedad competitiva como

la actual. Cada uno debe saber analizar sus necesidades y comprender

dónde termina la necesidad y dónde empieza el deseo. Yo no hablo de

renunciar, sino de seguir a la conciencia.

–¿Y qué relación tiene la alimentación con el yoga?

–La comida es el constructor de la mente. Yo tomo realmente

lo mínimo. No soy un fanático de la comida, como tampoco lo

soy del yoga, aunque sí un practicante disciplinado. Mi yoga está

hecho para el hombre común. Mi consejo es que os dejéis guiar

por el propio cuerpo. Si al poner la comida en la mesa la boca

se os llena de saliva, la alimentación es correcta. Lo que crea la

enfermedad es comer cuando vuestra lengua no segrega saliva.

–Antes los yoguis se colgaban cabeza abajo y sus posturas

parecían propias de un contorsionista. ¿Es que los hindúes

tienen una anatomía distinta a la nuestra?

–El yoga es una cultura universal. Sentarse en posición de

loto es más fácil para los hindúes, no porque sean más flexibles,

sino porque se pasan la vida sentados en el suelo. El yoga está

hecho para todos. En el momento en que dices que eres

occidental u oriental, eres víctima del malestar de Oriente

y Occidente, o sea, imaginas que te falta algo. Hay que hacer

yoga por el gusto de hacerlo y disfrutar de sus beneficios.

–¿Cómo se inició en él?

–Vengo de una familia realmente pobre. Con 14 años enfermé

de tuberculosis. No había medicinas para curarla y mi hermana

me propuso que hiciera unos asanas con el que luego fue mi gurú.

Subsistía casi exclusivamente del agua del grifo y de la

práctica del yoga. Al cabo de cinco años me había curado

completamente. Desde entonces, ésta ha sido mi forma de vida.

Hoy, con casi 80 años, hago lo mismo que a los 60. ¿No es un milagro a mi edad?

Si todo el mundo practicara yoga, las farmacias tendrían que cerrar.

Su último libro Luz sobre el Pranayama, que acaba de ser traducido

al español, es la continuación de unas enseñanzas escritas en

sánscrito hace más de 2.000 años. Puede parecer raro que un saber tan antiguo todavía siga vigente.

Sin embargo, para Yehudi Menuhin, autor de la introducción,

el yoga completa la ecuación materia y energía de Einstein y la traslada al ser humano.

–¿Cuál es el auténtico papel del gurú?

–El de guía, nada más. Pero distinto al profesor que imparte

una disciplina académica. El maestro de yoga tiene que ser

su propio crítico, porque el arte del yoga es completamente

subjetivo y práctico. Tiene que conocer los problemas y dificultades

de sus alumnos y, a partir de ahí, protegerles, ayudarles a liberarse

de ellos y conducirles delicadamente al nivel que el gurú ha alcanzado.

–¿Y qué sucede cuando el alumno no alcanza a practicar correctamente el yoga?

–¿Podéis todos convertiros en Picasso o en Pau Casals? Yo lo enseño

pero, si no lo consigues, ¿por qué vas a preocuparte?

Y antes de despedirnos, B.K.S. Iyengar, con una amplia sonrisa,

me enseña un reloj con esta dedicatoria: “A mi mejor profesor

de violín. Yehudi Menuhin”

Teresa Ricart



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